Estos días, el que más y el que menos está pegado a sus auriculares. Descubrimos nuevos temas y recordamos otros tantos que nos gustaron hace años, todo ello sin renunciar a los clásicos que siempre nos acompañan. En este retiro musical, el nuevo álbum de los Strokes es un oasis en el desierto de la cuarentena y una escucha obligatoria. De arriba abajo.
Calidad antes que cantidad
Desde sus inicios, el conjunto neoyorquino ha exprimido y mimado cada uno de sus temas, y se ha consagrado como uno de los grupos bandera del siglo XXI. En estos años han preferido calidad a cantidad y The New Abnormal no es una excepción: 7 años han pasado desde Comedown Machine, pero esta espera infinita ha merecido la pena. Por si este cuentagotas de canciones no fuese suficiente suplicio para sus fans, lo bueno, si breve, dos veces bueno: 45 minutos de música divididos en 9 canciones.
Como siempre pero diferente
La escucha es frenética y melancólica, por momentos, pero siempre agradable. Aunque algunos temas son más calmados de lo que acostumbramos, no faltan los ritmos y rifts pegadizos que a más de uno levantarán de la silla. Las guitarras y la batería, garajeras y agresivas, contrastan con un bajo limpio y característico, que nos retrotrae a Reptilia por momentos, y con una voz y unos coros amables y melódicos. Poco queda ya del canto desgarrador de Julian Casablancas en Last Night o What Ever Happened?; tampoco se echa de menos. The Strokes han sabido evolucionar y madurar como pocos. A sus sonidos puramente rockeros han incorporado, de forma paulatina, más y más sonidos electrónicos y sintetizados, constituyendo una mezcla natural y nada forzada. Este álbum es el culmen de esta modernización tímbrica hasta el punto que canciones como Brooklyn Bridge To Chorus o At The Door encajarían en el Spotify de Muse a la perfección.
No hago más spoilers, solo me queda invitaros a desgranar The new abnormal, eso sí, con paciencia, no lo aborrezcáis antes de su próximo álbum (antes del 2027, espero).
Daniel Díaz Lajara