Chuck Berry muerto. Avanza el peón. Chester Bennington se suicidó. Alfil bloqueado. A Malcom Young se lo lleva la demencia. Caballo a A 6. Dolores O’Riordan nos deja. Avanza la torre hasta H 4. El dólar se enroca y el micro lo agarra cualquiera.
Todo suele comenzar sobre unas tablas. Se le añade ilusión, ganas de comerse el mundo, ese tembleque de mano que te hace fallar uno de los primeros acordes que suenan y esa carraspera de garganta hasta que te sobrepones y ya eres capaz de dar todo lo que tienes dentro.
Es sencillo mirar a alguno de estos gigantes y sentirse una especie de liliputienses a su lado, sobre todo aquellos que compartimos disciplina vital.
Es difícil imaginar que esta situación también le ocurriera a alguno de nuestros padrinos o nuestras madrinas musicales. Aun así, los estamos perdiendo. Desde el retiro del God londinense, Eric Clapton, hasta la repentina muerte del rapero Juice WRLD hace apenas un mes.
Pero la cosa está cruda. Donde antes imperaba el arrojo y el talento, ahora se ha impuesto una historia lacrimógena y cuatro gritos delante de un Shure SM58 conectado a cualquier mesa de sonido más grande que los egos que crea el público entre estos productos comerciales hasta el culo de reverberación.
Y es que, desde que buscar las mañas, las jugadas perfectas para ganar la partida de ajedrez, se convirtió en buscar la emoción vacía, las letras simples, repetitivas, de mensajes manidos y encefalograma plano, es difícil pensar en los inicios de los grandes y no sentir una pequeña punzada en el pecho pensando qué hubiera pasado si tuvieran que labrarse todo lo que han conseguido, pero comenzando ahora.
La situación musical es este juego de ajedrez roto, con piezas de miles de colores y pegadas al tablero, estático, centrado en el beneficio monetario y la rentabilidad.
Ganar fama rápido, consumo a gran escala de las mismas canciones, de las mismas emociones y los mismos desamores.
Pensad qué hubiera pasado si en esos barecitos de Nueva Jersey, en lugar de haber dejado espacio para que un joven, inexperto y aún por forjar Bruce Springsteen, se lo hubieran dejado a algún triunfo pasajero. Hoy, himnos como “Born in the USA”, “The River” o “Born to run” no serían la banda sonora de tantas vidas como lo son ahora.
Pero tranquilos, no todo es oscuro. Quedan músicos de trinchera. Gente dispuesta a cobrar las gracias y una cerveza por mostrarse al mundo, por luchar contra gigantes y contra una industria ávida de productos que quemar, sin juicio ni gusto.
El momento en el que ese Shure SM58 no lo coja alguien que tenga cosas que decir al mundo será el momento en que la música pierda la partida, pero todavía, esta gente hueca sólo se ha quedado enrocada, podremos recuperar posiciones si utilizamos nuestros caballos de batalla. Caballo a E 1, jaque mate al dólar.
– David Navarro –