Puede que al final de este artículo crezca en ti una necesidad imperiosa de buscarme y hacerme un American History X (comer bordillo, vamos) pero la veracidad siempre viene de la mano con la dureza, y es un precio que estoy dispuesto a pagar. Sin más preámbulos, arriba el telón.
Un estadio a rebosar bramando tu nombre mientras botan, la mirada de los pipas te dicen que «dos minutos y entras», la conversación con el road manager diciendo lo guay que lo haces todo y el pedazo de concierto que vas a dar, ese beso cargado de nervios que le das a tu pareja un segundo antes de ser bañado por las luces… ¿Idílico, verdad? Bueno, primer jarro de agua fría, esto no es «Ha nacido una estrella» ni tú eres Bradley Cooper ni Lady Gaga.
La realidad es bien distinta, pero, a mi gusto, mucho más preciada. Los nervios que te recorren la piel, la inseguridad que te hace fallar las primeras notas, el sudor frío que viaja por todo tu espinazo, esas miradas de tus colegas que te alientan desde el público y ese barecito entrañable con un total de treinta personas escuchándote. ¿Tiene menos glamour, verdad?
Bien, destripemos cómo llegar a ello.
El primer paso para comenzar en esto de la música es plantearte una sencilla pregunta: ¿por qué quiero ser un farandulero? ¿Qué tengo que decir, qué puedo transmitir? Y, por encima de todo, ¿realmente mi producto es tan bueno como para sacarlo adelante?
Si la respuesta es afirmativa y no cabe la posibilidad de unirte al bando de los artistas por la fama, el dinero, la popularidad y las falsas amistades, ¡ENHORABUENA!, tienes alma de músico.
Una vez hecho esto, engancha una libreta, un instrumento, a un par de colegas que compartan tus objetivos y empieza a dejar que las musas te posean y te utilicen de herramienta para trasmitir aquello que pensabas enterrado en algún sitio dentro de ti. Para esto no es necesario comprarse el último modelo de micro ni una guitarra que cueste más que tu carrera. Como dijo el maestro David Gilmour: “la magia no está en el material del que dispones, si no en cómo lo haces tuyo”. Por lo tanto, un Shure SM58, una guitarra de no más de doscientos euros y un par de instrumentos más que suenen bien y ya estás armado para comenzar esta batalla sin cuartel, esta carrera de fondo. Recuerda, los frutos del éxito no se recogen con la primera cosecha, hay que trabajar duro y aguantar carros y carretas.
Cuando estas composiciones comiencen a brotar, el siguiente paso es meterte en las redes sociales (vivimos en un mundo que se rige por ellas, toca pasar por el aro). Por encima de todo, ten una cuenta propia de trabajo, no utilices la misma donde publicas las fotos del desmadre del último sábado, no es “profesional”. Ten fotos que cuenten algo, ten mensajes buenos preparados, utiliza letras de tus canciones… En definitiva, proyecta la imagen que te represente.
Y bueno, aquí se abren dos caminos y una nueva cuestión: ¿qué quieres ser, músico de habitación (hacer grabaciones en tu casa, publicarlas y a correr) o músico de carretera (salir a la calle y bregar en los bares e intentar meterte en los eventos culturales de calidad que puedas y que encajen contigo)?
La primera opción es muy sencilla: busca una pared vacía de tu casa y decórala a tu gusto, cómprate una tarjeta de sonido decente, un programa de grabación para el ordenador (Digital Audio Workstation, DAW) y aprende algo de edición. Conforme vayas creciendo, ve perfeccionándote: haz algún curso de edición de vídeo y producción musical, mejora tu equipo, investiga, explora… juégatela.
Si por el contrario eres más pirata y te gusta la segunda, te aviso que es la más complicada pero, a su vez, mucho más satisfactoria. Tendrás que ataviarte con los medios que se necesitan para dar conciertos (un micro, pie de micro, amplificador, efectos si los necesitas y, lo más importante, una pequeña mesa de sonido que hará que todo suene).
Acto seguido, mentalízate: vas a desnudarte delante de esa gente, vas a abrirte el pecho y a pedirles que lo registren. Estarás hecho un manojo de nervios, sí. Creerás que lo estás haciendo todo mal, sí. Fallarás muchas veces (en algunos casos, garrafalmente), sí. Pero recordad lo que os he dicho; esto es una carrera de fondo, no un sprint.
Bien, cuando ya te hayan bautizado en cerveza y aplausos, cuidado, el ego no es buen amigo. Piensa en todos tus errores y comienza a arreglarlos. Poco a poco, si le dedicas esfuerzo y peleas, si buscas conciertos debajo de las piedras, colaboras y eres activo, crecerás a pequeños pasos.
Cuando esto suceda, siguiente parada: un disco profesional. Busca estudios de grabación que se adecuen a tu música y a tu presupuesto y lanza una maquetita, un EP, algo que te represente. Con esta carta de presentación, podrás llamar a más puertas que antes (salas de concierto más grandes o, incluso, festivales).
Y lo último y más importante, nunca pierdas el norte, mantente fiel a tus ideales y a tus fundamentos, no te vendas, pelea por lo que quieres pues, como decían los Warcry: “nada hay bajo el sol que no tenga solución, nunca una noche venció a un amanecer”.
Concluiré, no os robo más tiempo.
Ser músico no es cuestión de cuántos followers tienes en Instagram o cuánta gente va a verte a un bar o sala de conciertos, ser músico es ser música, que esta corra por tus venas, que te utilice como herramienta para materializarse. Cuando flaquees, piensa que es mejor dormir en la habitación de la casa de tus padres con la conciencia tranquila que llenar un estadio, volver al hotel de cinco estrellas y que tus demonios no te dejen conciliar el sueño. Así que, como último consejo te diré; “haz todo lo que puedas con tal de no tener que arrepentirte nunca de nada”.
Con esto y un bizcocho, nos vemos en los bares, compañeros y compañeras artistas. Recordad; está en nuestras manos hacer que la cultura renazca en esta ciudad y se convierta en oxígeno para ella.
¡Salud y Rock and Roll!
– David Navarro –