CRÓNICA «LA VIDA POR DELANTE», LOQUILLO Y GABRIEL SOPEÑA – NOCHES MEDITERRÁNEAS
Entrar en un recinto, con el corazón lleno de mariposas creadas por el nervio que supone ver a uno de tus referentes. Que suene The Promised Land, del gran Bruce Springsteen («The Boss»), mientras esperas a convertirte en un niño pequeño con el primer golpe de batería… no tiene precio. La predisposición ya estaba por las nubes.
Una voz anuncia que cada vez queda menos (15, 10, 5 minutos). Recuerda las medidas de seguridad, diligentemente cumplidas, todo sea dicho. No hay contacto humano, el culo no se puede levantar de las sillas, las mascarillas impiden ver la mitad de la cara de la gente. Este ambiente comenzaba a crear en mí una pequeña sensación de agobio.
Me despejo, comienzo a mirar al escenario, y ahí está: bajan las luces, un tono azulado se apodera del escenario, emerge de entre bambalinas el gran José María Sanz,Loquillo, uno de los padres del rock and roll español, acompañado por el enorme Gabriel Sopeña y Josu García, un excelso guitarrista. «Bienvenidos a la resistencia», lanza al aire el Loco.El concierto había comenzado.
Vayamos por partes para que podáis vivir la experiencia que intento transmitiros.
Una guitarra acústica manejada por Gabriel Sopeña, guitarras eléctricas (una de ellas de 12 cuerdas y con un sustain que se alargaría, si quisiera, toda la noche) y una acústica, controladas a la perfección por Josu García; unas armónicas que desgarraban el aire (gracias a estos dos últimos, que se alternaban para hacerlas), una batería blusera a más no poder, con unas raíces bluegrass que haría correr a mil caballos en una pradera de quererlo así; un contrabajo al puro estilo jazz de los 40, y Loquillo, con su ya mítico pie de micro blanco y esa voz comedida pero salvaje que te arrancaba el alma cuando le apetecía.
Las poesías fueron pasando por las manos de estos grandes músicos para conquistar el aire, haciendo una dignísima adaptación de autores tales como Benedetti, Luis Alberto de Cuenca, Gil de Biedma, Julio Martínez Mesanza… (sin olvidar el homenaje que brindaron al gran Luis Eduardo Aute). Un ambiente muy folk, recordando a aquellos sonidos de Nashville y de Johnny Cash y su banda, pero con una modernización que no sentó nada mal.
El tembleque de pierna de Loquillo en su pantalón de pinza y su canto como el de unleón encerrado en una jaula acústica, bregando para escapar y quemar la ciudad; la voz de Gabriel Sopeña al puro estilo Alarma o, incluso, Carlos Tarque (M-Clan), la compenetración entre ellos, las miradas de complicidad y orgullo mutuo, las anécdotas, las bromas, los quebrantos. Sencillamente delicioso.
Con las primeras notas de No volveré a ser joven, tras la petición del Loco de bajar la luz, un llanto al micrófono. La sensación de que esos gigantes romperían a llorar delante de nosotros. Una declaración de intenciones en toda regla que, unida a la interpretación de la mítica Con elegancia, nos dibujan perfectamente a estos artistas. Cada sílaba, cada acorde, se encontraba hasta los topes de emoción. La piel se quedaba de gallina tanto tiempo como duraban las interpretaciones.
Me es muy complicado explicar el cúmulo de sentimientos que allí se vivieron, así que, diré un par de cosas más y os liberaré de este semicautiverio en el que os he sumergido.
La recta final del concierto se realizó rindiendo homenaje a Brassens y Ovidi Montllor con la versión de La Mala Reputación; la interpretación de la ya mítica Cruzando el paraíso, El hombre de negro del gran Johnny Cash y, como guinda del pastel, antes de marcharse (para ojalá volver pronto): John Milner, con un Loquillo cantando a llantos y un Gabriel Sopeña acompañando únicamente con piano. Fue la última gota de brillantez que desbordó el vaso y dejó una parte de mí allí.
A pesar de todo ello, el sabor al recorrer las calles con mis auriculares hacia casa fue agridulce. Como habéis podido leer, la excelencia tomó el escenario de Noches Mediterráneas frente al mar. Aun y todo, siento que el público no estuvo a la altura y ni siquiera se acercó.
Siento terminar así esta experiencia, pero quiero aprovechar las últimas líneas para una «pequeña proclama«: hay que valorar la cultura, no sólo vale con hacer bulto en un lugar. La frialdad del público aquella noche fue demasiado patente. Los silencios entre canciones fueron muy incómodos y secos, la reacción a las anécdotas y los intentos de estos grandes artistas por levantar el ánimo fueron en vano. Nada dolía más que ver a un grande como es Loquillo tocando frente a un desierto de emociones y reacciones.
Dicho esto… apoyad a la cultura, vivid la cultura y, sobre todas las cosas, valorad lo que tenéis, no siempre existe la posibilidad de cruzar el paraíso al lado de tu casa.
– Salud y rock and roll –
Pd.: gracias a Loquillo y Gabriel Sopeña por revivir mi chiquillo interior y por hacer que, después de toda esta situación que nos ha tocado protagonizar sin querer, una noche se convierta en magia pura. Prometo estar agradecido.