“Live fast, die young and have a good-looking corpse” (vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver). “No future” (no hay futuro). Estos fueron grandes lemas del rock and roll y del punk (respectivamente) en su época. Eran más que eso, eran estilos de vida.
Hablaba con un buen amigo, hace algún tiempo, del desasosiego generalizado en el que nos movemos. Me planteó que, quizá esa moral por los suelos, patente en los andares que pueblan las aceras, era debida a la obligación de vivir el presente que los tiempos actuales nos han impuesto. Decía que, la sensación de no tener futuro, el exceso de incertidumbre en él, la destrucción de nuestros planes a largo plazo por culpa del “maldito bicho”; hacía que cada pie puesto detrás de otro se sintiera como caminar encima de un lago helado.
Sinceramente, creo que no le falta razón.
El ser humano tiene la necesidad imperiosa de planificarlo todo, hasta su muerte si puede. La situación que vivimos ha dado un vuelco de 180º a todo eso y nos ha mareado como si de una atracción de feria barata se tratase.
No sabemos dónde ir, qué hacer o qué no. Vivimos en un presente estanco y con fuertes condiciones. Realmente, no podemos llevar a cabo todo lo que queremos. Nos limitamos a pasar los cúmulos de segundos, minutos, horas, días… como quien ve llover, como quien da un cigarro…
Si a estas alturas no estás encogido o encogida en una esquina llorando, o llenando la bañera, con un bote de barbitúricos en la derecha y una copita de Möet & Chandon en la izquierda, relajaos y permitid que intente poner una lucecilla al final de túnel, Carol Anne.
Todo está inventado. Cuando el día a día, la sociedad, el mundo que nos rodea… deja mucho que desear, existen dos caminos diferentes (pero no contrapuestos):
- Cambiarlo, moldearlo para mejor
- Huir, refugiarte en otros mundos.
Puesto que no pretendo hacer ningún tipo de proclama ni panfleto, y ya existe el arte protesta para la primera, vamos a desarrollar brevemente la segunda.
Una de las principales evasiones al alcance de todos y cada unos de los habitantes de este planeta son las historias que nos transmite la cultura, los universos que nos crea y a los que nos traslada. Dicho “búnker” en estos momentos es de lo poquito que nos queda para respirar (casi nuestra “última esperanza, Obi-Wan Kenobi”).
En forma de teatro, de literatura hablada o escrita, de pintura y de nuestra bien amada música, se enciende una pequeña bombilla en el oscuro y largo pasillo en el que estamos metidos. Siempre salió a socorrernos cuando más lo necesitábamos. ¿Acaso soy el único que, tras una ruptura o desenlace «funesto» de un «grand amour», derramó lágrimas acunado por Freddie Mercury susurrando «Love of my Life»? ¿Soy el único que, cuando quiere salir a la calle pisando fuerte y con ganas de pegarle un bocao’ a lo primero que se cruce, se pone «Burning Heart» y se siente Rocky?
Me reitero: siempre nos acompañó, nos ayudó, no nos pidió nada a cambio más que «la voluntad». Y diréis: «ya, pero los 50 pavos que te puede costar ver a los Rolling en vivo pican, eh». Bueno, nunca le negarías a un médico su salario si este cura tu salud, ¿verdad? Pues no le niegues el sustento a quien cura tu alma, como decía aquel.
Y es que, a pesar de todo este trabajo que hace la cultura, a pesar de esa función titánica que desarrolla; llevamos un par de años asestando golpe tras golpe a su estómago.
Todo empezaba con el pasotismo si no veíamos un nombre famoso en uno de los carteles, con un pasotismo general por aquellos que están arrancando y por aquellos que necesitan todavía algo de solidez para, por fin, poder dejarlo todo y dedicarse íntegramente, en cuerpo y alma, a la música. Y nosotros les ignorábamos. (pero luego bien que nos gustaba pegarnos un bailoteo con algo de ska valenciano, eh)
Y, si ya andaba algo herida aunque con bastantes posibilidades de volver más fuerte que nunca, el Covid-19 por poco le da el golpe de gracia, eso si no se lo termina dando del todo.
A raíz de las políticas de restricción al ocio, ya no quedan casi lugares donde poder desarrollar estas grandes artes. Esto provoca que ningún artista pueda seguir con su carrera y se vea abocado a desempeñar otros empleos. Pero el problema no se queda únicamente en las caras visibles, sino que trasciende a muchas más capas y con mucha más profundidad.
Grandes técnicos de sonido, de luces, tramoyistas, profesionales del maquillaje y del vestuario, realizadores y realizadoras, regidores y regidoras, cámaras, roadies, y muchas más personas… Son ellos y ellas quienes mantenían a flote la cultura, desde las sombras, y hacían que todo sonase, se viese, quedase como el artista quería, y así lo disfrutábamos. Todos estos grandes profesionales se ven abocados a un futuro injusto con el trabajo que han realizado con gusto y perfección durante mucho tiempo. Ahora, se arrastran en un futuro incierto junto con los artistas y, por consiguiente, el resto de nosotros y nosotras…
No Future es lo que nos queda si se van los artistas.
No Future es lo que nos queda cuando la pintura se reseca encerrada en sus tubos.
No Future es lo que nos queda cuando la última guitarra es vendida por cuatro duros en una tienda de segunda mano de mala muerte sólo para pagar la luz.
No Future es lo que tenemos si acabamos de matar la cultura.
Y digo yo, ¿de verdad queréis ser tan punkis?
– David Navarro –