Suena paradójico que el año de Beethoven sea el año con menos música desde hace mucho tiempo. Y mira que lo bonito de empezar un año es ver todo lo nuevo que aparece, como los conciertos, festivales y nuevas canciones que buscan tener hueco en nuestras playlist o aspirar a himno.
Sin embargo, de un día para otro se nos fue un aspecto de la música muy importante y de él que el artista necesita como agua, el directo. Cancelación de conciertos, aplazamiento de festivales, lanzamientos de discos en “stand be” y un sinfín de cosas que no sabemos y otras que estamos empezando a saber, debido a la cuarentena.
Las entrevistas con los artistas aumentan y los directos en Instagram se vuelven habituales entre ellos. Realmente, esa pequeña dosis para estar de alguna manera “cerca” de ellos escuchando sus canciones in live, a través de una pantalla de móvil, ¿nos llena? No es criticar, ni malinterpretar sus intenciones, que son muchas y solidarias. Es sentir que la ilusión se te va a los cinco minutos de ver corazones flotando constantemente o comentarios repetitivos pidiendo la misma canción una y otra vez.
Todavía podemos disfrutar de los discos y de plataformas digitales eligiendo cada día lo que nos apetece escuchar. Creando un pequeño flashback o rememorar cuando fue la última vez que nuestra vida tuvo banda sonora.
“Queda la música” decía el recien fallecido Luis Eduardo Aute, pero todos estamos echando de menos ese rito que hacíamos antes de un concierto; estar lo más cerca del escenario, permanecer en continuo movimiento para calmar el dolor de pies, emocionarte cuando se apagan las luces y el silencio desaparece sonando la primera nota, asegurándote de que el chute de dopamina que vas a tener esa noche va hacer que en un periodo de tres semanas tu sonrisa no desparezca de tu rostro. Es ahí cuando todo queda atrás, haciendo por un momento que un grupo de personas cante, baile, ría y llore. Por escuchar eso, que aún nos hace sentir vivos.
Angel González Jiménez