Antes de comenzar, tracemos una pequeña clasificación totalmente subjetiva. Bajo mi punto de vista, existen tres tipos de personas en lo que a su relación con la música respecta: los hijos e hijas del vinilo. Aquellas personas que nunca olvidan sus auriculares, echan en falta algo en un coche en silencio o, incluso, se dormían de pequeños escuchando los ahora polvorientos casetes de sus padres.
No puedo hacer este artículo sin mencionar una pequeña subcategoría de la que acabo de explicar. Es simplemente una pequeña subida de escalón, un desmarque diminuto. Personas que respiran música, hacen música, viven música… Personas como mis compañeros, los lectores de estas líneas o yo. Tengo un nombre para nosotros. Está diagnosticado, se llama melomanía. Eh y no digo que seamos mejores o peores, que conste en acta, señoría.
En la segunda categoría nos encontramos a los y las indiferentes, identificables fácilmente. Son como fantasmas para la música. Esta pasa a través de ellos y ellas como si intentásemos darle un puñetazo a Casper. Pero no todo está perdido para estas personas. Tienen la música dormida en su corazón, o al lado del bazo… dentro en definitiva. Una balada de Pablo Alborán, un concierto de Izal, un desgarro de Scorpions o un lamento de guitarra de Paco de Lucía puede despertarles.
Por último, encontramos la última división y fuente de inspiración para la redacción de este artículo. Estoy hablando de los bautizados como hijos e hijas de la radiofórmula.
Reconocemos a estas personas sencillamente: escuchan lo que se les diga y lo defienden ante cualquier otra sonoridad (“vade retor, Pink Floyd, progresivum tuus est”).
Quizás ni siquiera se acuerden de las canciones que lo «petaban» hacen unos meses (¿Alguien se acuerda del Súbeme la Radio de Enrique Iglesias?).
En mi opinión más sincera, me parece un error encasillarse en escuchar únicamente lo que dicten los 40 Principales, Rock FM, Kiss FM o cualquier otra de todas estas emisoras de radio-fórmula pura.
¿La razón de esto? Muere la variedad en pro de lo que venda o esté de moda.
Con esto se están perdiendo una de las experiencias más increíbles que te hace vivir la música. Estoy hablando de la extraña compañía.
Esa sensación de caminar por la calle con Manolo García confesándote que “somos levedad” o a Freddie Mercury llorándote el momento en que rompieron su corazón con Love of my Life, no tiene precio.
Esta fantasía tiene una razón de ser. Todos y todas tenemos algo que late en nuestro pecho. Los indiferentes dormido y los hijos de la radiofórmula herido y vendido.
Pero no me hagáis caso cuando os pida que despertéis a vuestro corazón de este sueño de Resines y gocéis de largos paseos con Fito y Bonnie Tyler. Al final, somos libres y, quizá esa sea la gracia de vivir, disfrutar de la variedad.
Carpe Diem, amigos y amigas, no desaprovechéis las cartas, podéis hacer un magnífico repóquer.
– David Navarro –
Pd.: Espero que el señor Brian Setzer os despierte aunque sea un meneo de pies.