Desde siempre (en realidad desde que adquirí un buen gusto musical) el grupo de música de “La oreja de Van Gogh” me ha producido mucha curiosidad, empezando por el extraño nombre que les representa. La oreja de un artista (que de hecho es mentira, solo se cortó el lóbulo) que, si bien es digno de recordar, llevaba 106 años fallecido cuando nació el grupo.
La idea de este apelativo, sin embargo, pertenece a la que sería primera vocalista de la famosa banda que enamoraría a España, Amaia Montero. Antes de eso, el grupo original se llamaba, irónicamente, “Los Sin Nombre”.
Una vez unidos, consiguieron una oportunidad que les llevó en pendiente ascendente hasta la fama y, más adelante, cuando cambiaron de vocalista a Leire Martínez, sufrieron una actualización, una renovación, según algunas críticas, que los mantuvo en la cima.
Ambas cantantes aportan características únicas a sus obras, que las pintan con su firma, sutil y delicada.
Las canciones de Amaia, por ejemplo, presentan una estructura particular.
Suelen comenzar suavemente, una estrofa, dos. De pronto la canción empieza a intensificarse, poco a poco subiendo y subiendo, haciéndote creer que llegará a la parte fuerte, al clímax que dará paso al estribillo. Pero contradiciendo tus expectativas, justo antes de alcanzar la cumbre de la canción, baja radicalmente para seguir con otra estrofa suave. Una, dos, y de nuevo otra subida. Esta vez no es una trampa y acaba llegando al estribillo. Estrofa y estribillo se repiten de nuevo, la letra cuenta una historia y, entonces, llega el final.
Esos finales que sabes que están trabajados, que no son una simple voz que se apaga poco a poco o un final abrupto que no esperas, no. Estos finales son únicos, inesperados, y ponen realmente un punto y final a la canción. Son finales que te hacen sentir realmente que la canción ha terminado, que has llegado a la última página de la historia y que nada tienen que ver con lo que has escuchado hasta el momento.
Respecto a Leire, no mantiene un esqueleto constante como lo hace Amaia. En cambio, sorprende con innovadoras pero cómodas canciones, que demuestran la modernización del grupo sin borrar la esencia de su original. El esfuerzo que pone por ser una digna sucesora, por mantener viva a La Oreja como todos la recuerdan y aman es realmente destacable. Y hasta el momento parece que lo ha conseguido con éxito.
Aun así, muchos piensan en un antes y un después en las obras de ambas mujeres, no necesariamente en camino descendente.
Pero dejando a un lado las dos caras de este maravilloso equipo, e ignorando si después de leer esto alguien se animará a darle una oportunidad o recordar viejas y olvidadas melodías (como yo estoy haciendo ahora mismo), te animo a ver este extraño, loco y fantástico vídeo donde una apasionada estudiante de arquitectura compara canciones de La Oreja de Van Gogh ¡con edificios!
Es un poco largo, pero vale mucho la pena.
Que lo disfrutéis.