Hacía más de cinco años que no regresaba a Tavernes de la Valldigna en diciembre, años atrás en los que la Gossa Sorda y Orxata Sound System eran los encargados de pisar fuerte los escenarios del panorama musical valenciano de entonces. Un recuerdo polar y una edad muy poco experimentada en vida festivalera me hacían poner punto y aparte a los festivales en pleno invierno pero este año, he regresado al Festivern, y he descubierto todo lo que estos años atrás me había perdido.
Hacía más de cinco años que no regresaba a Tavernes de la Valldigna en diciembre, años atrás en los que la Gossa Sorda y Orxata Sound System eran los encargados de pisar fuerte los escenarios del panorama musical valenciano de entonces. Un recuerdo polar y una edad muy poco experimentada en vida festivalera me hacían poner punto y aparte a los festivales en pleno invierno invierno pero este año, he regresado al Festivern, y he descubierto todo lo que estos años atrás me había perdido.
En primer lugar, comprobé que el Festivern no es otro festival más al uso, es un momento y lugar de reencuentro anual, de un público muy arraigado a este evento y un pueblo muy comprometido con su fiesta de nochevieja, atípica pero, por ello, especial.
A pesar de no haberme involucrado desde el primer día de festival (desde hace un tiempo, el festival no solo se centra en el último día del año, sino que también abarca los dos días previos), pude comprobar la sustancia que el Festivern generaba para que su público fiel decidiera pasar la última noche de cada año en este lugar, en esta carpa.
El día que llegué, el último, quise acampar y poder sumergirme en esta etapa del Festivern que, como digo, desconocía. El ambiente del camping ya anunciaba una noche que prometía ser, al menos, muy animada y cargada de buen ambiente. Acertadas proposiciones.
Durante el día pasaron por el escenario diversos artistas muy heterogéneos en estilo, lo cual hace que el festivern sea cada vez más amplio, con un público muy entregado al disfrute de la música, la alegría y como no, a los disfraces y complementos característicos del ambiente festivo del momento.
Las campanadas era el único parón que se permitía, las cuales destacan por ser realmente originales pues, tras cada uva tomada, aparecía en la pantalla una imagen con la esencia del festivern, su gente. Posteriormente, New York ska jazz ensemble ponía la melodía al nuevo año que empezaba. No hay mejor forma que comenzar el 2019 que en un festival, rodeada de buen ambiente y música.
Numerosos grupos pasaron antes, otros muchos después. El caso es que para mí fue una experiencia muy grata que volvería a repetir. El Festivern ha cambiado mucho desde años atrás, para bien, para muy bien y, esperemos, que esta cita anual y navideña no se quede en el recuerdo, al menos, durante un largo tiempo.