Llegamos a Benlloc (la Plana Alta, Castelló) tras un eterno viaje de cuatro horas que nos llevó desde Alicante recogiendo a diversos festivaleros por el interior. El viaje, por supuesto, estuvo amenizado por un espíritu de alegría contagiosa, de esa alegría optimista y resignada que caracteriza a las personas que esperan con ansia llegar al que saben será un fin de semana espectacular. Un fin de semana espectacular que se confirmó nada más ver desde el autobús, por fin, la marabunta de tiendas de campaña que se dibujaban en la pinada que servía de acampada. Esto iba a prometer.
Y es que el Feslloc no es un festival cualquiera, una fecha más del cada vez más poblado calendario musical estival. Es toda una institución, una experiencia. La programación, principalmente en valenciano, y el ambiente reivindicativo que lo articula construyen una unión mucho más profunda de lo puramente musical. El sentimiento de comunidad se intensifica entre aquellos que comparten un interés común no solo por la música, sino también la promoción de la cultura propia.
Actividades deportivas y culturales aderezaban el calendario matinal para pasar mejor la resaca, pero no nos vamos a engañar: en los autobuses y las tiendas se hablaba más bien del cartel y el escenario, la bebida y la noche, del amor carnal y que torne Orxata. Y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra: pocas veces se tiene la oportunidad de disfrutar de una grandísima y buena oferta musical en directo y en valenciano. Una escena que resiste fuerte a la desaparición de los titanes de Obrint Pas y la Gossa Sorda.
El tópico que suele acompañar a este tipo de crónicas es que el primer día nos ofrecen un “aperitivo”. Nada más lejos de la realidad. Hemos venido a bailar y a pasarlo bien, y la energía indomable de Oques Grasses abría el festival con un plato fuerte, un plato de cocido madrileño, intenso y delicioso a partes iguales. Presentando los temas de su nuevo disco, arrancaba los motores del festival y hacía bailar al escenario —ubicado en el polideportivo municipal— con su apuesta techno-pop optimista.
Los acompañaron unos ya veteranos Els Catarres que mostraron todas las cartas de la baraja, tocando todos sus éxitos y emocionando al público con su Jennifer. La guinda del pastel, sin embargo, la puso sin duda la Trocamba Matanusca. Si quedaba alguna esperanza de acabar con algo de dignidad y energía la noche, las esperanzas quedaban deshechas entre los locos ritmos balkan (y también un poco de swing, para reposar) que ofrecía el grupo de Ontinyent. Saltos arriba y abajo cerraron la primera noche mágica de un Feslloc que prometía desde el principio grandísimas experiencias y que el DJ Karlos-K se encargó de poner el broche final.
Una resaca después, Tremenda Jauría nos trajo desde Madrid el perreo reivindicativo que les han ganado ser una referencia en los festivales. El golpe fuerte de la noche vino con Xavi Sarrià i el Cor de la Fera, con sus golpes de nostalgia y alegría cuando el cantante versionaba temas de Obrint Pas, y el Sarri, Sarri que hizo bailar como loco a todo el público. El corazón en el puño y la añoranza de la música que —sin exagerar— marcó la vida de toda una generación, incluyendo a un servidor. Los veteranos X-Fanekaes dieron el pie a La Fúmiga en una noche que nunca acabó a la luz de la rave y el buen ambiente.
El frenesí festivo culminó por todo lo alto en un sábado que empezó por la tarde con el llenazo del concierto que Mireia Vives y Borja Penalva ofrecieron en el auditorio municipal. La sala pequeñísima se desbordó de toda la gente que deseaba escuchar al dúo, quedando muchos fuera; pero aquellos que fuimos lo suficientemente afortunados pudimos disfrutar de la belleza que (resaca mediante) nos ofrecieron en un concierto íntimo, personal, precioso; que ni siquiera los fallos técnicos y el dolor de cabeza de Borja Penalva consiguieron empañar.
Aunque la noche se abrió lenta con Els Jóvens i el dúo Pep Gimeno Botifarra i Azhmed Touzani explorando el mundo de la música tradicional valenciana, El Diluvi supo subir el nivel. Los temas y el sonido tan particular, tan suyo y nuestro, melancólico y bailable, que hacen del grupo alicantino uno de los más populares en su estilo, el sonido tradicional consiguiendo una fusión con la música pop de una forma fresca y novedosa, son una fórmula de éxito asegurado, aprovechando la ocasión además para tocar alguno de los temas de su último trabajo, Junteu-vos; toda una llamada a la acción que lograron conseguir esa misma noche.
El rock duro de los gallegos Dakidarría junto a los Ebri Knight dieron las últimas pinceladas para cerrar tres días de fiesta intensa y de un ritmo al que Jazzwoman añadió flow. Todo parecía perfecto, pero faltaba la despedida final, el momento culminante; y el zénit no solo de la noche sino del festival llegó con la actuación de Biano, DJ de los Orxata Sound System… que ofrecieron una sorprendente (tanto metafórica como literalmente) actuación, versionando su hit Me la fiques more, uno de los temas más conocidos del conjunto, sirviendo de colofón para tres días en los que hubo espacio para la nostalgia y la fiesta a partes iguales.
Ha pasado ya una semana del festival y, como la flama que da título a uno de los éxitos de los Obrint Pas, el recuerdo sigue latente en las pupilas de todos aquellos afortunados que pudimos disfrutar de esos tres días de buena música en valenciano, fiesta y un sentimiento de comunidad que es muy difícil de encontrar en cualquier otro festival. Desde luego, una experiencia de las que se tienen que vivir, recomendable incluso a aquellas personas que quizá no tengan una conexión tan cercana con el mundo musical valenciano. Montamos en el autobús de vuelta, con pelo sucio, barba sin afeitar y resaca: pero con un pensamiento común: el año que viene, volvemos.
(Todas las imágenes pertenecen al fotógrafo Pepe Girona Koma, a quien agradecemos profundamente su colaboración)