Se acercan, se arremolinan, miran con expectación pero lo cierto es que apenas se oyen voces entre las 8.000 almas del polideportivo de Villena cuando un contenedor, parecido al de un puerto cualquiera, baja de lo alto del escenario, incluso suena ese insistente pii, piii, piii de la maquinaria pesada. Es día 13 de agosto, y comienza el concierto de Extremoduro.
“Me juego el tipo mirándote a los ojos…” Con un clásico “Sol de invierno” comienza el concierto, con Robe, Uoho, Miguel y José Ignacio saliendo de un contenedor que se desmonta para dar paso a estas leyendas vivas del rock español.
Y es que aunque parezca mentira el de Villena es el único concierto que Extremoduro va a dar en la provincia de Alicante.
Hablar de la cola infinita de cerca de dos hora para entrar y del silencio que se hacía justo antes de cada canción es hablar de cómo la voz de Robe, ha marcado la vida de varias generaciones de jóvenes y de cómo entre el público se mezclaban adolescentes de 15 y otros “jóvenes” de 50 que tarareaban las canciones con sus hijos a hombros.
Y es que si de algo no faltó en este concierto fueron coros y voces que para acompañar cada balada desgarrada o cada tema rockero. Contrastes entre las voces de un público emocionado hasta la última nota y la voz desgarrada de Robe que convirtió las tres horas de concierto en todo un tributo a la poesía hecha música.
Al concierto no le faltaron los clásicos como “Tu corazón” o “Prometeo” pero tampoco temas de los últimos discos como “Locura transitoria” o “Dulce Introducción al Caos”. Robe incluso se arrancó con un tema inédito, para lo que pidió que se apagaran los móviles y las cámaras: “Canta la rana debajo de del agua…” y no diremos nada más para no desvelar la sorpresa.
Y aunque no tocaron entera “La Ley Innata” fragmentos como “Dulce introducción al caos”, “Segundo movimiento: Lo de fuera” o “Cuarto movimiento: La realidad” fueron buenas muestras de esta obra que pasa de la balada más melódica a solos de guitarra que nos llevan al más puro rock transgresivo.
Canciones que son como un abrazo y que erizan la piel y otras como “Poema sobrecogido” que no se cantan, si no que se recitan a un público que se funde con la música de este grupo.
Un concierto de casi tres horas en el que Extremoduro demostró que para su música son igual de importantes la voz que la batería o la guitarra, con solos que a cada ocasión erizaban la piel y hacían las delicias de un público que disfruto cada acorde y cada instrumento del escenario.
“Stand by” y “La vereda de la puerta de atrás” fueron de las baladas más coreadas por una voces que adelantaban cada tono y cada giro de la voz de Robe, incluso del poema que da inicio a la primera.
Pero también temas fuertes y duros de todas las épocas de la banda “Salir” o “Puta” en los que se mezclaron los aplausos con el comienzo de la próxima canción.
Y así, con el escenario el silencio y las luces brillantes comenzaron las últimas canciones de este grupo, y como cuando sabes que se acerca el final de un momento perfecto el público coreó hasta el último gramo de voz que acompañó a “¡Qué borde era mi valle!”.
Los bises se sucedieron uno tras otro: “Ama, ama y ensancha el alma” y “El camino de las utopías” fueron el cierre de estos maestros del rock, un cierre musical que acabó entre aplausos y gritos de “otra, otra, otra” en un concierto de más de tres horas.
Un homenaje a la música dentro de esta gira de su último disco “Para todos los públicos” y unos últimos minutos de guitarra y batería para un público que se quedó con ganas de más.
Con la piel de gallina y el silencio dentro de los huesos acabó este concierto. Al principio Robe recibió al público con un “Gracias por venir a donde alguien os quiere sin que vengáis” pero se despidió con un “espero que nos veamos pronto”.
Tras los últimos acordes, en silencio y con la música sonando enlatada en los altavoces, poco a poco se fue vaciando el césped. Atrás, solo el recuerdo de los acordes de un grupo que sin quererlo o a costa de ello ha marcado la historia del rock de los últimos 25 años.
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Texto: Tere Compañy
Fotografía: Jesús Soriano