¿Imaginas a una paya millenial y catalana siendo la flamenca más representativa de la era postmoderna? ¿A una joven americana pisando, literalmente, el mundo con unos visuales que visten de iconografía japonesa? ¿A un señor blanco siendo la mayor estrella del hip-hop? ¿O a una banda británica acumulando un billón de visitas con un videoclip que bebe de la cultura india? No, no es el mundo al revés. Hablamos del fenómeno de la apropiación cultural en el mundo de la música.
Qué es y qué no es apropiación cultural
Se define apropiación cultural como la toma por parte de una cultura dominante, de elementos o prácticas pertenecientes a una cultura minoritaria que ha sido oprimida o perseguida históricamente.
A menudo se suele confundir el término de apropiación con el de apreciación cultural. La apreciación cultural está mucho más cerca de una inspiración consensuada y consciente que de la usurpación cultural con meros fines lucrativos. Pero… ¿cuál es el límite entre ambos? Es una línea difícil de dibujar. Cuando se crea un arte inspirado en una cultura ajena desde una posición de total respeto y conocimiento sobre el origen y su significado, reluce un caso de apreciación cultural. Si se crea un producto de explotación económica a partir de la pobreza y la peculiaridad de un pueblo, nos aproximamos mucho más a la definición de apropiación cultural. Es una cuestión de perspectiva e interpretación. Muchas veces el arte se convierte en producto de masas y es ahí cuando entra toda la problemática de la apropiación cultural.
La asimilación cultural
¿Y qué pasa si es al revés? ¿Y si las minorías adoptan elementos de mi cultura dominante? ¿No me puedo quejar? Pues no tendría demasiado sentido, honestamente. Cuando un miembro perteneciente a una minoría adopta algo de una cultura mayoritaria se está integrando en un contexto social, es un proceso de asimilación cultural. Un ejemplo muy claro de apropiación cultural son las rastas, originarias de Jamaica y África, subvertidas a un ornamento capilar que se ha adoptado popularmente. Sin embargo, muchas mujeres negras se han visto obligadas a alisar sus melenas afro por motivos profesionales. Es el doble rasero de la apropiación cultural.
La apropiación cultural en el mundo de la música
En el mundo de la música existen una gran cantidad de casos de apropiación cultural. Unos han sido más sonados que otros, pero todos comparten el mismo trasfondo. A continuación discutimos algunos.
Rosalía y el flamenco
El concepto de apropiación cultural volvió a aparecer en los titulares con el huracán Rosalía, una joven catalana apasionada por el flamenco que dio el salto al mainstream el pasado año revolucionando el género. Estamos seguros de que ya has oído hablar de ella una y mil veces, así que no vamos a detenernos demasiado aquí.
Los grandes éxitos siempre conllevan grandes detractores y aunque la barcelonesa haya defendido que «la música no tiene nada que ver con la sangre ni con lo territorial» alegando su conocimiento y respeto hacia el mundo gitano, el aluvión de réplicas no se hizo esperar. «Es el capitalismo comprando la atmósfera del dolor de otros, blanqueando la historia para mentir a quien venga después», alega Noelia Cortés, una activista gitana que explica en Twitter que «para ella es fácil, siendo blanca y adinerada, disfrazarse con la estética gitana mientras niega sus privilegios sociales: sabe que el antigitanismo es un problema ajeno a los suyos. Hay demasiado reconocimiento pendiente como para nombrar reina de la música que da voz a gitanos, andaluces y pobres a una persona que no es una sola de esas tres cosas ni las tiene en cuenta. Rosalía niega su identidad a la gente que le inspira».
El Niño de Elche, otra figura emergente del flamenco que no “toca” los orígenes del género, mantiene una posición radical respecto al tema en un artículo que escribió para El Mundo. «Confieso que he robado. Soy de los que opinan que el pueblo no existe, que la identidad cultural no existe como el mismo flamenco no existe. Son ilusiones, como cantaban Los Chichos. He leído barbaridades como que la apropiación cultural no es tal siempre que se haga con respeto. Y me pregunto: ¿quién delimita dónde empieza y acaba dicho respeto? ¿Alguien en su sano juicio sigue pensando, en pleno siglo XXI, que se puede crear desde el respeto? Si el respeto es cumplir con los cánones establecidos y las líneas divisorias estipuladas por un grupo desde su posición de poder, conmigo que no cuenten. El arte es escurridizo y nunca ha entendido de formas correctas que cumplir.»
La escena urbana española y el hip-hop
Calle, drogas, dinero, sexo, cadenas de oro, conflicto, putas, gorras, empoderamiento, agresividad y mucha, pero que mucha actitud. La escena urbana española, que preferimos no equiparar directamente al polifacético trap, reúne a artistas como C.Tangana, Cecilio G, Rels B, Yung Beef, La Zowi, Ms Nina, Recycled J o Kidd Keo. ¿De dónde provienen todos los insights que hemos mencionado al principio? ¿No recuerdan peligrosamente a los orígenes del hip-hop neoyorquino de los años 70? Aunque estos casos no hayan sido acusados de apropiación cultural, es inevitable pensar que la escena urbana española actual (y prácticamente toda la internacional) bebe del sonido y de la imagen del hip-hop y todas sus vertientes.
C. Tangana nos deleitó con el sabor dominicano de Traicionero, un tema dembow cuyo videoclip se grabó en República Dominicana. Y la pregunta que nos hacemos es… ¿por qué a Rosalía sí y a todos esos chavales que juegan con elementos de la cultura del hip-hop y de Latinoamérica no? Bad Gyal, en una entrevista con Ernesto Castro para VICE, deja caer que el hecho de ser mujer podría tener algo que ver. Ella también ha sido acusada de apropiación cultural. La artista catalana, cuya marca musical evoca dancehall y raíces jamaicanas, explica que «tanto a Rosalía como a mí, nos apasiona algo que no nos toca, por desgracia.» Defiende su postura alegando que si está obteniendo beneficios es por su propio trabajo y esfuerzo, recalcando el siempre haber dado crédito a los movimientos y culturas que la han inspirado.
El pop y la cultura oriental
La cultura pop es, por excelencia, la maestra de la apropiación cultural. Desde los noventa, algunos de los mayores hitos que han encabezado las listas han integrado, en algún momento, símbolos de culturas ajenas, y la mayoría han sabido salir aireados de la situación. La cultura oriental ha sido siempre un objeto exótico para las masas y el pop ha sabido fusionarla sabiamente en sus productos. La industria audiovisual ha sido la que más manifiesta esta apropiación y los casos que lo evidencian no son pocos.
Coldplay y Beyoncé unieron fuerzas en 2016 para lanzar Hymn For The Weekend, cuyo videoclip ilustra simbología y tradición india a raudales. ¿Sabía Beyoncé, icono del empoderamiento de la mujer y de la cultura negra, que se estaba apropiando de una cultura minoritaria ajena a la suya entonces?
A Katy Perry se la acusa de haber construido su legado pop con bloques de culturas ajenas. Desde el antiguo Egipto hasta la estética nipona, ha utilizado la cultura oriental para vestir sus vídeos y shows. En 2017, Perry tomó conciencia sobre el tema y se disculpó públicamente.
Hasta la suprema pop del momento, Ariana Grande, ha utilizado iconografía japonesa en uno de sus últimos clips, 7 Rings. La joven americana ya ha hablado en más de una ocasión de su admiración por el anime y el arte del país nipón. Como curiosidad, Grande se tatuó hace unas semanas “7 rings” en japonés, aunque el resultado no fue técnicamente ese. Sus fans no tardaron en hacer saltar la alarma en redes sociales y a pesar del intento de la cantante por rectificarlo, no son siete anillos los que tiene tatuados en su mano.
¿Y cuál es la solución a toda esta problemática de la apropiación cultural?
Si algo podemos sacar en claro de todo este polémico batiburrillo de proteccionismo cultural es que los artistas no son los máximos culpables de este fenómeno. El pop, maestro apropiador, sirve al capitalismo canibalizando culturas minoritarias para producir montañas de dinero.
¿Acaso debería sorprendernos cómo el capitalismo saca tajada de lo que pertenece a los más desfavorecidos? No, es algo que hemos visto desde que nacimos y que se lleva haciendo desde mucho antes, aunque no nos hayamos parado a mirar detenidamente. Víctor Lenore, periodista y escritor, defiende esta postura que sostiene cómo la industria musical ha ido desvalijando la creatividad de las zonas más pobres del planeta para diseñar productos que se vendan masivamente en el mercado. «El error es centrar el debate en los artistas. El apropiacionismo no es culpa de ellos, es algo que hace la industria cultural», concluye Lenore.
¿Cómo luchamos contra este canibalismo cultural? Corre por las redes una palabreja que encaja perfectamente con una próxima solución al problema: estar WOKE. Obviando su uso dentro del mundo de los memes, es un término bastante adecuados. Sí, despiértate y toma conciencia, crea con criterio. El arte se escurre en el tiempo y la influencia espacio-temporal recorre cíclicamente la historia creando piezas que nacen de la inspiración de inspiradas. Si existe una mínima consciencia del origen de lo que creamos y de las repercusiones que puede conllevar, estaremos mucho más cerca de la apreciación que de la apropiación.
¿Puede evolucionar la cultura sin servirse de la apropiación cultural?
No queda otra opción que anular drásticamente el puritanismo cultural que defiende la creación pura, sin influencias. Como explica el escritor Agustín Fernández Mallo, «no conozco ningún caso de manifestación cultural que no provenga del apropiacionismo y negarlo es no estar al tanto de lo que ha ocurrido en la historia de la poesía o el arte contemporáneo. Que cojamos materiales de otras culturas y las usemos es lo que hace que avance nuestra cultura y la de aquellos de quienes tomamos».
Pero entonces, ¿tienen razón aquellos que señalan y reclaman su arte? Isaac Nahón Serfaty, profesor de Comunicación en la Universidad de Ottawa, explica que «es justo el reclamo de los grupos marginados para que se respeten sus derechos y su dignidad, pero hacerlo desde una posición purista que excluya a otros es absurdo e injusto». Daniel Gascón, editor de Letras Libres, defiende que «hay reivindicaciones que son justas pero que se trasladan a terrenos equivocados y que, si las aplicáramos a la cultura, acabarían destruyendo buena parte de la ficción. La identidad es siempre compuesta, azarosa, contradictoria, no es algo estático, se contagia de influencias y en la cultura mucho más. Toda la cultura, de hecho, es apropiación cultural».
En definitiva, cabe tomar conciencia sobre el tema pero urge un giro radical en la perspectiva desde la que se contempla el conflicto, que no debería de buscar la destrucción de privilegios, sino la universalización de estos, para que cualquiera, bajo su propia responsabilidad, pueda crear el arte que quiera sin verse incriminado por un “crimen” que tiende a deformarse por el puritanismo cultural y la extrema sensibilidad reaccionaria de las redes, que no hace más que desvirtuar las reivindicaciones que realmente importan a día de hoy. Todo esto, siempre sin olvidar el pasado, para que el arte venidero sea consecuente y respetuoso con sus orígenes.
¿Qué piensas tú? ¿Eres un purista del arte o crees que la apropiación cultural es un fenómeno inevitable?
Juan Carlos Ruiz