Durante la »burbuja de festivales» que hizo temblar los veranos musicales de la península ibérica desde 2009 (con la desaparición del Summercase) hasta casi 2014 (año en blanco en nuestro país para el Sonisphere) son muchos los festivales que han aparecido y desaparecido sin gloria ni pena. La crisis, el altísimo paro en jóvenes (principal público objetivo de los festis más rentables) y la versión moderna de la Inquisición bajo las siglas de la SGAE casi convierten el negocio del momento y la explosión cultural de una agenda repleta de arte multiestilo y adjudicable a distintos tamaños de bolsillo en lo que hubiese sido una portada más de algún renombrado periódico europeo mofándose de nuestra incapacidad de gestión.
Gracias al dios que toque, de esta historia ya no se acuerda ni el tato. Con el remonte en 2014 de las ventas (se siente Sonisphere) y el primer paso en positivo en los últimos 5 años parece que vivimos una segunda era dorada de los festivales en el norte de áfrica.
Ya metiéndonos un poco más en el tema, per sé montar un festival es caro, no sabes a ciencia cierta si recuperarás la pasta y conlleva, además, una cantidad de enorme de requisitos burocráticos (papeleo y estas mierdas), por no hablar del trambóliko (es tan absurdo que: ¿por qué no usar éste vocablo?) IVA cultural del 21%. Problemas. Decisiones importantes. Cagadas importantes. Cambios de último momento. Más Problemas. Es todo un rompecabezas; y aun así, ¡surgen nuevas esperanzas!.