La hallamos en la naturaleza y la desarrolla el ser humano con su inteligencia y emoción. La música acompaña al hombre desde tiempos inmemoriales.
Ya los griegos tuvieron su propio Dios de la música. Este fue Orfeo que desde el siglo VI a. C. en adelante fue considerado como uno de los principales poetas y músicos de la Antigüedad representado siempre con una lira entre sus manos.
Eurídice, esposa de Ofreo, murió por la mordedura de una serpiente mientras paseaban cerca de un río. Orfeo, muy dolido, comenzó a tocar la lira y a cantar por la desdicha de la muerte de su mujer. Tal fue la lástima y tristeza que desprendía su música que las ninfas y los dioses comenzaron a llorar.
Así de sencilla es la paradoja con la que se representa el sentimiento humano ligado a la música. Además todas las etapas culturales tiene una manifestación musical determinada: Edad Media, Romanticismo, Barroco, Renacimiento, etc…
Todos estos periódos históricos tienen su representación musical, ya sea por melodías concretas, por unos sentimientos representados o por las connotaciones que cada autor le daba a sus partituras. Tenemos pues, la relación entre la música y el ser humano, y entre la música y la cultura.
La música, la cultura y la humanidad son tres elementos convergentes e inseparables. El ser humano se constitye como tal gracias a lo que culturalmente hay en ese periodo de tiempo. Pero ese tramo temporal está representado por su música que nos muestra cómo es sin necesidad de haber estado.
Pero, ¿qué es la música sin el oído que la escucha, sin el corazón que la siente, sin un vello que se estremece, sin unos ojos que se cierran y se imaginan a las notas moviéndose por las líneas de un pentagrama, sin una cultura que la crea, sin el humano que la crea?
Silvia Sánchez